En esta ocasión vamos a escribir sobre algunos de los cortijos del termino de nuestro pueblo Sierra de Yeguas.
Empezamos por Cañada Hermosa y Rejano. Estos cortijos, a principio de Siglo XX, eran, propiedad de D. Emilio Solís, natural de Sierra de Yeguas. En los años treinta, del mismo siglo, lo heredan sus hijos D. Pedro y Doña Ángeles Solís. Esta heredaría cuatrocientas cincuenta fanegas de tierra y el cortijo de Rejano. Don Pedro las mil quinientas fanegas restante de Cañada Hermosa. D. Pedro contrae matrimonio con Doña Ana Gozálvez Fernández, y de este matrimonio nace un solo hijo: D. José María Solís Gozálvez, que desaparece en la guerra civil. Minutos más tarde muere su padre D. Pedro Solís, por lo que la viuda Doña Ana Gozálvez seria dueña de los usufructos mientras viviera, así como de una parte de tierra en propiedad. Doña Ana delega la administración de la finca en su cuñado D. Pedro Santaella y años más tarde este en sus hijos.
Se nombra como encargado general a D. Manuel Carbonero Borrego, conocido popularmente por "monolito de cañada Hermosa", dándole poderes absoluto para hacer y deshacer en las compras y ventas de grano y de la aceituna, se puede decir que era un administrador más. Manolito se rodea de aperaores, manigeros y gañanes eficientes todos de Sierra de Yeguas. Este cortijo contaba con fábrica de aceite, cuyos molineros eran de nuestro pueblo, también contaba con taller de herrería y carpintería de obra basta para los arreglos de carros y arados.
Cortijo Cañada Hermosa. A la derecha la parte de Manolito y a la izquierda la parte de José María. |
En mi adolescencia, cuando solo contaba con 13 años, recuerdo cuando salían del cortijo las yuntas de mulos. Un total de veinte dispuestos a hacer la faena de arado en el campo. Aquello se me quedó grabado al contemplar algo tan hermoso. Todas las yuntas de mulo en fila uno tras de otro, donde algún que otro gañán montado en el mulo hacia sus cantes. Recuerdo a muchos de los gañanes, que no voy a nombrar por que son muchos y no quisiera dejarme ninguno atrás. Pero si puedo decir que las familias "sátira", los de la "isla", los "telaraña", entre otros, siempre trabajaron en este cortijo. También contaba con tractor de cadena y recuerdo al tractorista, D. Antonio Torres González el de la "isla".
Yunta de mulos y gañanes arando. |
Por la tarde noche regresaban las yuntas y los gañanes después de dejar los mulos en sus cuadras. El pensao se encargaba de darle de comer y los trabajadores, ya en la cocina o gañanería, tenían que prepararse la cena. Una vez comidos unos se iban a dormir y otros se quedaban alrededor de la chimenea contando anécdotas y chistes. Alguna que otra vez se montaban una fiesta, porque entre ellos habían cantaores y tocaores de guitarra.
La otra parte del cortijo
Doña Ángeles Solís contrae matrimonio con D. José María Gozálvez Fernández, también este desapareció en la guerra civil. De este matrimonio nace cinco hijos: Emilio, José María, Dolores, Ángeles y María Jesús.
La parte heredada de Cañada Hermosa por Doña Ángeles en los años cincuenta se la deja en herencia a su hija Doña Ángeles Gozálvez Solís. Esta señora nombra de encargado a D. José María Rodríguez, natural de Pedrera. Este recibió de la dueña plenos poderes para administrar la finca y recibió el sobre nombre de "José María de Cañada Hermosa" encargado de la parte de Angelita. Este encargado compartía la mano de obra entre Sierra de Yeguas y Pedrera.
Contaba para hacer la faena del campo con seis yuntas de mulos y un tractor de goma, conducido por el tractorista D. Antonino González Valencia, el de la "Barbera". Los gañanes de esta finca contaban con la cocina de gañanería y en la planta alta con sus camas, si sus camas, recalco esto porque en esos tiempos se dormía en los pajares y en unos polletes alargado que existían en las cocinas de las gañanería.
Y ustedes se preguntarán, ¿ Cómo se todas estas cosas, si no trabaje en el campo ?. Pues es porque a la edad de 13 años me salí del colegio para trabajar de carpintero con mi tío Jesús, que lo avisaron para hacer la casa de campo o señorío de la parte de Angelita. Allí viví todo el año 1957.
Villa Lata.
Querido lectores... ¿Saben ustedes que es Villa Lata?. ¿No?. Pues preguntarles a sus padres y abuelos, y veréis como ellos sí lo saben. Por mi parte, os contaré de lo que se trata, por haberlo vivido de primera mano.
Villa lata es un conjunto de aproximádamente 70 casillas que forman tres pequeñas calles en lo alto de una loma, al norte del cortijo de Cañada Hermosa. 50 de estas casillas pertenecían a la parte de "Manolito", y las otras 20 a la parte de José María. Estas casillas, de unos 16 metros cuadrados, normalmente eran ocupadas cada una de ellas por cinco personas y algún que otro niño o niña denominados ACEITUNEROS, que durante tres a cuatro meses vivían de malas maneras, ya que no estaban dotadas ni de agua ni de luz ni de aseo, etc. Tan sólo disponían de una chimenea en uno de los rincones de la casilla. Como comprenderán el espacio más reducido no podía ser, y había que cortar pequeñas habitaciones con sacos y viejos telones desechado de los aceituneros para separar dormitorio de hombre y mujeres y dejar, además, un espacio reservado para las tareas de la casa.
Así se encuentran en la actualidad lasa calles de Villa Lata. |
Cuando dije que lo viví de primera mano es porque a principio de los años 50 del siglo XX pasé algunas temporadas con mis abuelos tanto paternos como maternos.
Recuerdo al amanecer el día a mi abuelo Pepe "El Tórtolo" se levantaba y encendía la candela, y seguídamente, lo hacía mi abuela Leonor. Ellos preparaban el desayuno de café de cebada y "rebana". El humo de la candela invadía la casilla, con la suerte que se subía a la parte superior y por debajo agachados, podíamos medio vivir. Una vez se había desayunado, el manigero D. José Sánchez el "regalao" o bien el ayudante, que era su hijo Alonso, hacía sonar un silbato para que los trabajadores y trabajadoras "aceituneros" estuviesen dispuestos para marchar al campo a la recogida de las aceitunas. Por la tarde, en el olivar, a la hora de dar de mano también tocaban el silbato. Por entonces, no se soltaba el trabajo hasta las seis de la tarde, teniendo en cuenta que la recogida de las aceitunas era a destajo, es decir, mientras más kilos se recogían más dinero ganaban. Así que aprovechaban al máximo el tiempo en el campo.
Chimenea con el techo de chapa. |
Cuando terminaban la campaña, los pocos ahorros que sacaban, lo dedicaban a pagar algunas deudas contraídas anterior a la campaña, y el resto para comer, hasta que empezase la siega de los cereales en verano.
Una cosa curiosa era la forma de llevar las cuentas por parte del manigero y el trabajador de la recogida de las aceitunas. El encargado de pesar o, en este caso, medir las fanegas de aceituna, entregaba una chapa parecida a una moneda por fanegas recogidas. Al llegar la noche el trabajador se personaba en la casilla del manigero con las chapas ganadas en el día. El manigero cogía una vara de taraje, que es muy fácil de rajarla en dos partes, y con las dos partes unidas el manigero hacía con una navaja tantas muecas como chapas entregada el trabajador. Después el manigero juntaba las dos mitades y le ponía un numero. Le entregaba una mitad al trabajador y la otra la colgaba en un clavito de los muchos que había en la pared. Todas bien numeradas y ordenadas. Y así cada día. Cuando se terminaba la vara se hacía otra nueva. A los quince días se justaban las cuentas y es cuando se cobraba.
D. José Becerra Morillo, "Blas", abastecía a los aceituneros de alimentos, pues en una de las casillas montaba su tienda cada año. Todos los días marchaba desde Sierra de Yeguas a Villa Lata sobre las cuatros de la tarde montado en un caballo, cargando en los cerones todo el material que podía hacerle falta. A partir de las cinco de la tarde la tienda ya estaba abierta y las mujeres hacían sus compras. Naturalmente fiadas y pagaban por quincena, que era cuando se cobraba el trabajo realizado. Ya al atardecer, cuando regresaban del trabajo los aceituneros, la tienda se convertía en una taberna donde se tomaban, antes de la cenas, unas copitas de vino mientras se comentaban las anécdotas acontecidas durante el día de trabajo. Sobre las nueve de la noche se cerraba la tienda y José María preparaba el regreso a casa. Este llegaba a su casa con su caballo sobre las once de la noche. Años más tarde José compro una moto para así recorrer más rápido el camino.
Esta era la chimenea y el suelo empedrado de las casillas. |
Una vez los trabajadores marchaban al campo, en las casillas sólo quedaban las amas de casa y los niños. Estas señoras se encargarían del arreglo de las casillas. El suelo de estas era empedrado y para barrerlo tenia su tarea. Unos de los trabajos más duros era tener que bajar hasta el cortijo a por el agua. Recuerdo a mi abuela con un cántaro en el cuadril y un cubo en la mano. Tenia que subir el camino empinado hasta llegar a las casillas. Eso lo repetía dos veces cada día. Si tenia tiempo bajaba una tercera vez para acarrear un poco de leña de la "taramera", lugar donde se amontonaba la leña que cortaban los "talaores". Yo que solo contaba con la edad de ocho años bajaba con mi abuela y me traía arrastrando una pequeña tarama. Normalmente el acarreo de la leña lo hacía mi abuelo o bien mis tíos cuando venían de regreso del campo.
Esto fue todo sobre el cortijo de Cañada Hermosa y Villalata...
3 comentarios:
Primo, me encanta tu blogg. Estupendas historias. Cuanto me gustaría tener a mi padre para yo poder poner tantas historias que me contaba de pequeño y ahora no me acuerdo casi de ellas...Un abrazo.
Antonio, esta madrugada estaba sin sueño y mis pensamientos se fueron a ese Cortijo que tanto marcó mi vida y cuya historia tu cuentas en toda su amplitud, coincidiendo con la mía que es la que siempre le he contado a mi esposa e hija y a cuyo Cortijo llevé el pasado año cuando estuve en el Pueblo, aunque una persona muy "sosa" me negó el poder subir y ver insitu lo que de Villa latas quedaba, es igual, la observé desde lejos. Yo viví, como tu, esa vida de Aceitunero en directo, pues me iba cada año con mis padres y, es más, recuerdo como si fuese ahora, cuando a media mañana me venía de donde estaban mis padres, hasta el Cortijo y esperar la llegada del tractor cargado de leña, la que yo y otros más, cortábamos con el hacha y después de hacer una buena cantidad y atarla con cuerdas, arrastrarla hasta las casillas por aquella cuesta tan grande para la edad que teníamos y esperar a encender el fuego cuando estaban a punto de llegar mis padres y acabar el resto del día. Gracias, Antonio, porque son historias muy bonitas y porque cuando las contaba y las cuento, más de uno parece que las pone en duda. Repito, gracias, Antonio, y espero saludarte el próximo año cuando, si Dios quiere, vuelva a nuestro Pueblo.
Ayer tuve la suerte de conocer parte del cortijo por dentro y por fuera.
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